Mi amigo Aser es psicólogo. De esos que te
miran al corazón y se paran a escuchar el ritmo de la voz y de las manos. Creo
que con esa misma atención miraba mis esculturas aquella tarde.
Nos paramos ante una de las figuras, un hombre
desnudo encogido sobre sí mismo, el rostro doliente, atrapado entre unos
débiles barrotes.