La figura estaba casi arrinconada en una de las estanterías bajas de mi estudio. No es muy grande, algo más de un palmo de alto. El barro violeta, áspero al tacto y a la vista, le da una fuerza especial.
Hice el comentario sin mucha convicción mientras se la enseñaba a una amiga:
- Es Isaías.
En mi mano, la imagen de un hombre enjuto, enfadado, con un niño pequeño sentado en su brazo izquierdo, que se agarra a su cuello y esconde la cara en su hombro; el brazo derecho abierto hacia fuera,