jueves, 30 de julio de 2015

pasar por el fuego

A veces me paro ante las estanterías donde voy acumulando pequeñas esculturas, restos de arcilla, botes de lápices, pinceles y palillos de madera, cajas llenas de trapos... en un rincón que hemos tomado prestado a la cocina, y que llamamos, con una buena dosis de humor e imaginación, “mi estudio”. He cogido una pequeña pieza de terracota cocida, algo mayor que una nuez. Parece una cabeza de tortuga, o quizás de algún pájaro exótico. Apareció hace unos años, semienterrada en algún lugar de las montañas de Honduras, muy cerca de la costa, en una zona en la que no es excepcional encontrar restos de cerámica. No recuerdo quién me la regaló, pero la guardo desde entonces entre mis cosas.

jueves, 23 de julio de 2015

cicatrices

Un desastre completo. Al abrir las puertas del horno de cerámica, dos de mis cuatro esculturas han estallado, sí, literalmente, y se han llevado por delante a una tercera. Con el ceño fruncido, amontono los trozos, aún templados por el calor de la cocción, sobre la mesa, y voy separándolos, como en un rompecabezas, mientras intuyo qué puede haber pasado. El enfado por mi propia torpeza, y la frustración, han tenido el tiempo justito de expresarse y apartarse, y ahora la mirada, las manos, las sensaciones, juegan con las piezas en una inesperada prolongación del proceso creativo.

jueves, 16 de julio de 2015

al principio de todo

Vivían en una cueva grande, suficientemente profunda para que les protegiera de la lluvia y del viento. Y de los animales. Y de la noche. Suficientemente alta para que el humo se desvaneciera con la oscuridad de allá arriba. Era una buena cueva.

Cuando llovía, o al derretirse poco a poco la nieve de los días más silenciosos del invierno, un murmullo de agua caía por una de paredes de la cueva, evitando tener que salir hasta el río, unas decenas de metros más abajo, para beber.

viernes, 3 de julio de 2015

lecciones de anatomía

Cualquier día de estos voy a tener un disgusto. Ya he recibido alguna mirada entre interrogante y molesta en el autobús, camino del trabajo, o en el patio del colegio esperando a los niños. Es verdad que no se trata de nada oscuro o inconfesable, pero ellos no lo saben. Ellas tampoco.

Tengo más o menos controlado el asunto en lo cotidiano. Pero ha empezado la temporada de piscina, y tengo que estar alerta como nunca en mis observaciones. Intento, desde luego, ser discreto, pero es que me fascina tanta lección de anatomía.