viernes, 26 de junio de 2015

como un pájaro que entra en un bosque

Su voz es grave, algo rota. El pelo encrespado, gris, negro, blanco, barba breve y canosa, piel oscura de caribe cubano y sonrisa amplia. Manos lentas, como todo su cuerpo grande cuando habla. Pasa ya los sesenta. Cálido. Seguro. Abierto. Así deja fluir Alberto Lescay recuerdos, sensaciones, reflexiones en torno al arte y al oficio de artista. Su voz es como un pájaro que te acompaña al entrar en un bosque que apenas conoces. Escucho y siento que algo conecta aquí, en los adentros.
Al ritmo poderoso, y a la vez leve, de su voz, recuerdo cómo al principio, cuando empecé a modelar, me rondaban fantasmas que no podía dominar, y su insistencia reclutaba los nombres más exactos: Rodin, Miguel Angel, Oteiza, Bernini… llenando mi presente con ideas voraces de impotencia. Yo pensaba que había que triunfar, y me inventaba -porque nunca somos profetas cuando tememos tanto, aunque acertemos- la seguridad de no lograrlo. Y esos miedos encogían por dentro mis manos, y hacía que todo se paralizara.
Pero el barro y su sutil insumisión, y también –intuyo- una cierta apertura de niño, fueron atrapando los sentimientos, los gritos, las miradas interiores, y transformándolas en esculturas. Esculturas que miro y reconozco. Me reconozco.
Pero son tercos los fantasmas, sin embargo. Según se diluían los miedos a esos fracasos, aparecían otros: ¿quién va a querer tener en su salón la escultura de un tipo desgarrado, atado, incapaz de gritar o de liberarse? ¿Cómo poner junto a la tele la escultura de un ciego atrapado por el miedo, tirado en el suelo, intentando protegerse con un brazo? ¿Es que alguien va a pagar para tener a un tipo hundido y atrapado entre barrotes en su mesa de trabajo?
La voz profunda de Lescay sigue guiando por el bosque: “La base del arte es la honestidad: tratar de hacer solamente lo que siento, expresar sentimientos, registrarse profundamente y devolver algo a otras personas y a uno mismo. Devuelves lo que tienes”.
Y entonces, ese deambular de fantasma en fantasma se ilumina como con una luz poderosa e inmóvil que invade nuestro hueco del bosque, y nos desvela un lugar para vivir. Para caminar. Para volar.
Alberto Lescay adelanta levemente el cuerpo, y las grandes manos parecen sonreir: “Como un pájaro  que entra en un bosque, que busca ser feliz, y empieza a volar”