Nunca había modelado en la calle. Una mesa, una silla, mis bártulos, un gran montón de arcilla y frío, pero qué frío, era el escenario de esa tarde de viernes en el centro de Pamplona. Ainhoa y yo modelando, Beatriz, Raquel y Javier con sus cuadros. A nuestro alrededor, tres escenarios con música y espectáculos de lo más dispar. La radio celebraba sus ochenta años, y ahí estuvimos dando espectáculo.
Viento del oeste (creo, a mí me
entraba por la derecha) que secaba la arcilla y la cuarteaba. Un montón de
personas alrededor, viendo surgir la figura de entre mis manos. Niñas y niños
con una pizca de vergüenza algunos, con toda la vergüenza o sin ninguna otros, casi
todos con un trozo de arcilla fría como la tarde caldeándose en sus manitas.
Los adultos miraban, comentaban, preguntaban.
Mi pieza, un hombre desnudo
sentado en el suelo, iba tomando forma. Primero hacia delante, los brazos
rodeando la rodilla levantada. Luego, los brazos apoyados atrás, el cuerpo
hacia un sol que nose dejaba ver... No llegué a ponerle cabeza, y aún la espera en la mesa
del “cuarto de las esculturas”, esa pequeña habitación que compartimos el
barro, los libros, el ordenador, la bicicleta estática y algún trasto más; tengo otra pieza que
llegó antes y que está por terminar, así
que cada cosa en su momento (parezco ordenado, pero es sólo un espejismo: más
de una escultura ha acabado sin cabeza, por decirlo de algún modo).
Un grupo de jóvenes, rondando los
¿veinte años?, comentaban tímida y animadamente (eso sólo se consigue a esa
edad) sobre las esculturas que tenía en mi mesa, sin terminar de acercarse. No
sé de dónde me salió la pregunta: “¿Estudiáis Bellas Artes?”. Asintieron ellos y ellas, con lo que me
pareció un punto de complicidad. Les pregunté qué querían hacer cuando acabaran los estudios, si escultura,
talla, pintura... Uno de ellos me miró, señaló mis figuras, y dijo: “Eso”. Otro asintió. Y éste volvió a repetir,
convencido: “Quiero hacer eso”.
La tarde fue transcurriendo con
su frío, su gente, un café calentito y un bollo que me trajo mi suegra... y junto
a la sensación de estar haciendo algo realmente divertido, la de estar
haciendo, una vez más, algo hermoso.