sábado, 8 de diciembre de 2012

con los ojos cerrados



Al principio es sólo barro.
Mancha, se seca, se acaba deshaciendo en polvo. Tremendamente maleable. tremendamente frágil.
El barro se deja hacer, se deja tocar, trabajar, hacer y deshacer una y otra vez. Con su modo de estar, con su dejarse hacer. Permanece paciente, dispuesto a
seguir así o convertirse en otra cosa, esperando mis manos.
Ahí el barro se desvela muy dócil, tremendamente dócil. Me gusta descubrir así que la materia es generosa, que se ofrece en todo lo que es, sin guardarse nada, sin más condiciones que su propio límite.
Cuando manejo el barro así, si estoy atento, si soy capaz de respetar, voy descubriendo que el barro tiene un lenguaje propio, y que en la medida en que entiendo ese lenguaje soy capaz de continuar, de construir, voy descubriendo más, el barro van desvelando secretos... El oficio, es decir, manejar la técnica, saber modelar, conocer los barros, los tiempos de cocción, las texturas... es de algún modo dominar ese lenguaje, esos límites.
Y eso se abre a algo fascinante: es posible establecer un diálogo con el barro y convertirlo en palabra, en encuentro, en acción.
Es verdad que existe una tremenda desproporción entre el barro y el artista. No parece un diálogo equilibrado. Y sin embargo, en esa desproporción, en ese desequilibrio, a veces suele ocurrir algo impresionante: es el barro, el más débil, el que parece tomar el mando. A veces es sólo un instante de alarma, de dificultad, una intuición...; otras veces son horas de trabajo infructuoso queriendo hacerle decir algo, intentando llevarle, dominarlo sin poder... y no porque falte oficio, no porque no sepa hacerlo... es otra cosa.
A medida que aprendo a escuchar el lenguaje propio del barro, voy aprendiendo, a la vez, a escuchar mi propio interior. Es como si el barro pudiera leer mi corazón a través de mis manos, y no me permitiera decir lo que no es mío, lo que no está de alguna manera dentro de mí. Voy aprendiendo, en ese trabajo con el barro, mi propia verdad. Y de la honestidad, del respeto a esto, depende que el diálogo tenga la voz de los dos, la del barro y la mía, que nos diga con verdad, que sea fecundo.